jueves, 1 de septiembre de 2011

Como la pequeñas olas del puerto - Parte 2

Mientras seguimos esperando la vuelta de ZZ, les comparto la continuación de "Como las pequeñas partes". Si quieren leer la primera parte: está acá



9:52 Biiip. Saco la taza del microondas. Pongo el saquito en el agua. Camino hacia el living. Miro las carpetas con los trabajos.

9:54 Mojo las galletitas en el té antes de comerlas. Una se me deshace y se pierde por el fondo de la taza. Odio que me pase esto. Soy un muy mal pescador.

9:56 Paso las carátulas. Siempre hago lo mismo. Empiezo por los que menos me tientan así evito sumarle, al disgusto, la fatiga de los otros trabajos. Una manera de ser un poco parcial aunque dudo que en el arte eso sea posible.

9:58 Comienzo
Irene
Supongamos que tengo siete años. Tengo siete años y estoy equivocado. Tengo tantas equivocaciones como ideas y juego a ser bombero. Tengo siete años y vivo con Ester que los domingos cocina tortas de frambuesa y nunca va a misa. Los domingos son el día para que se pasee en camisón por la casa, tome muchos cafés con leche en tazas gigantes, arme rompecabezas de 1000 piezas y fume sin culpa. En la pantalla de la televisión aparecen galanes en blanco y negro que ella mira, suspira y vuelve a mirar.
Tiene su técnica para armar rompecabezas. Es como las casas, primero las paredes y después el interior. Muchas veces descubro piezas antes que ella pero no las pongo porque se enoja. No es que me diga algo pero se pone molesta y hace ffff con la boca.

10:06
Pablo
La casa está húmeda El teléfono suena y suena Antes me desvivía por atender
Debía creer en el llamado del destino Atendía desde la ducha Dormido Debajo o encima de una mujer Mirando la tele Estudiando Ahora lo dejo sonar Qué sé yo. Ya no creo en las cosas urgentes.

10:10
Carlos
No se por qué se lo conté. Esas cosas que uno hace al principio. Un boludo, che. Le conté del viaje en el tren nocturno, de la mujer casada que me sonreía. De cómo nos metimos de noche en el baño. Después de que se lo conté, ella no dijo nada. Ni sonrió, ni se espantó. No le dio ni un poco de importancia al asunto. Es cierto que entonces no nos conocíamos y que yo era un hombre sin compromisos. Lo cierto es que las noches de insomnio me levanto al lado de ella y pienso como puede ser que no le haya afectado ni un poco. Si no le afectó nada es que para ella eso no es nada. Me quedó toda la noche despierto pensando en sus secretos.

10:14 Me aburro. Tiro la taza en la pileta y decido comenzar el día. Conecto el teléfono.

10:17 Llamo a mi hermano. Se le nota en la voz que está muy nervioso. Respira agitado y se le cortan las palabras antes de terminar de pronunciarlas. Me lo niega. No le insisto, pero le ofrezco desde un pasaje a Rusia hasta un lugar en mi casa para que se esconda por unos días. Me dice que no moleste, que está todo en orden. Me corta.

10:22 Llama mi hermano. Asume que está muy nervioso; incluso más que nervioso, que no durmió en toda la noche. Por momentos piensa que está por cometer una locura. Imagina modos de matarse o de desaparecer o de transformarse en otro. Me pide que no lo llame, que no lo ponga más nervioso de lo que está. Le corto.

10:30 Llama papá para saludarme e indirectamente averiguar algo de mi hermano. No pregunta por él pero lo conozco bien y sé que nunca es frontal. Por eso, cuando me pregunta por la salud de mi gato le digo que está muy bien, no como Eduardo que está muy nervioso. Aprovecho y le pido que le diga a mamá que no se le ocurra llamarlo.
Mi madre le pregunta con quién habla. Escucho su voz ronca cuando dice que habla conmigo. Ella pregunta la razón por la cual no pido hablar con ella y yo pienso en cuál será la razón por la cual no me deja hablar con él sin entrometerse... De pronto se ha producido un silencio entre papá y yo y sólo se escucha la voz atolondrada de mamá que le pide a mi viejo que me pregunte si... Le digo que me suena el timbre. Cortamos

10:41 Llama un hombre. Tiene la voz rasposa. Me habla susurrando. Me ofrece todo tipo de aventuras sexuales. Le digo que se equivocó de teléfono. Repite mi número y mi nombre. Lo insulto y corto.

10:43 Llama la Nona para felicitarme. Le digo que el que se casa es Eduardo y no yo... “Que el que se casa es Eduardo, Nona... Sí, es muy linda mi novia... Sí, Nona, estoy muy feliz de casarme con ella... Claro, Nona, un verdadero hombre nunca se arrepiente... Claro, es el momento más feliz de mi vida... no se llama Magdalena, Nona, se llama María... Si es un lindo nombre Magdalena... muy moderno... Claro que la felicito de tu parte a Magdalena... No, el vestido no lo vi, eso es sorpresa... que eso es sorpresa... que es sorpresa... ¡NADA! Claro que voy a ir elegante... ¿El chanta de mi hermano?... mmm, no sé, pero seguro que va a ir arreglado... Sí, es chanta pero muy inteligente... Cambiemos de tema abuela, no me gusta hablar de la gente cuando no está presente... Sí, vaya a colgar la ropa... Nos vemos a la tarde... un beso, Nona, sí, no se preocupe que la saludo a Marga de su parte.”

10:52 Llama otro hombre. Tiene voz seria. Me pregunta si el mensaje es real. “¿Qué mensaje?”. Me dice pendejo y corta. No entiendo que pasa pero me empiezo a enojar. La gata me mira asomando la cabeza detrás del marco de la puerta de la cocina.

11:00 Llama la Nona para chusmearme sobre mi hermano. Empieza criticando a su futura mujer. La llama Margaret y la acusa de ser muy exigente. Busco cualquier excusa y le vuelvo a cortar.

11:05 Otro hombre que pregunta por mí. No le doy tiempo a nada. Lo insulto. Me corta

11:07 Atiendo el teléfono. El mismo hombre que me escupe un insulto largo y sostenido. Se ríe y, otra vez, me corta.

11:10 Llama mi hermano, que la Nona lo llamó tres veces, una para hablarle mal de mí, otra para hablarle mal de su mujer (a quien llamó “Mabel”) pensando que hablaba conmigo y una tercera para pedir un remise. Me avisa que va a descolgar el teléfono por un rato porque entre la vieja, la Nona y la suegra lo van a terminar de volver loco.

11:15 Me siento con la idea de retomar la corrección. Tocan la puerta. Es la rusa. Viene, como de costumbre, con unas masas caseras y la botella de Vodka de pera. La rusa, en verdad, es Yugoslava. Cada vez que la veo pienso en una heladera antigua: robusta, avejentada. Fuera de la mujer entrometida, que mientras barre la vereda a cualquier hora del día vive pendiente de las aventuras del edificio, hay en ella una fuente de relatos marcados por la guerra, el exilio y la desgracia.
Mientras nos tomamos el vodka me habla de las mismas tres cosas de siempre. Primero, la historia de la vecina de abajo que se había mudado con toda la familia (abuelos y primos incluidos). Habían montado una verdulería clandestina en la casa y vendían la mercadería por la ventana. Segundo, interminables secuencias de taxistas enojados tocando todos los timbres del edificio y preguntando por algún nombre desconocido. Nuestra esquina tiene entrada por las dos calles y muchas veces engañan a los taxistas diciéndoles que van a buscar la plata y salen corriendo por la otra calle. Tercero, de mí. Rusa: Si tanta gente se casa por algo es, ¿no te parece?
Yo: ¿Será por la misma razón por la que tanta otra se separa?
Rusa: Cínico.
Yo: Casamentera.
Rusa: Egoísta.
Yo: Aburrida.
Rusa: Caprichoso y engreído.
Yo: Vieja y mala consejera.
Rusa: Libertino.
Yo: Vinagreta.
Nos reímos. Me carga más vodka en el vaso.
La montaña rusa, como le decimos con los otros vecinos, vive pendiente de las aventuras sexuales del edificio. Parece juzgarnos. Eso dicen. Por mi parte, siempre descubro en ella una pequeña sonrisa pícara cómo si, en el fondo y sin siquiera reconocérselo a ella misma, disfrutara de esos intercambios que ella va descubriendo y archivando en su memoria.
Hacemos fondo blanco y se va dejándome las masas sobre la mesa y los cachetes colorados por el calor del alcohol.

11:48 Llama otro hombre. Me habla con una voz suave que busca la intimidad. Le sigo un poco la corriente hasta que me aburro y corto.

11:53 Llama mi viejo para saber algo de mi hermano porque lo llama y... Mamá le roba el teléfono: “¿Te vas a cortar el pelo o no? Mirá que la barba la tenías muy descuidada el otro día. ¿A qué no sabés qué? Mi amiga Milú nos invitó al campo, ¿no es grandioso? Claro, le dije que después de lo de Eduardo porque hace como un mes que con esto del casamiento no puedo pensar en otra cosa. Los dientes los tenías medio amarillos el otro día, ¿estás fumando mucho? Yo estoy muy nerviosa pero me siento espléndida...”.
Esta vez no busco excusas y corto de modo brusco.

11:57: Llama otro hombre. No aguanto más y le pregunto de dónde sacó mi número de teléfono. Me cuenta que está anotado junto con mi nombre en el baño de una estación de tren. También hay un adjetivo: “Fogoso”. Siempre pensé que esos mensajes eran en joda y que nadie los tomaba en serio. Le digo que no soy el autor de esa nota, que alguien lo habrá hecho para hacerme una maldad. Hablamos un poco más. Le pregunto si no es más fácil por Internet. Me dice que sí, pero que a él le gusta más así porque lo siente más arriesgado. Le deseo suerte con su cacería solitaria. Cortamos.

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