jueves, 18 de febrero de 2010

Ciudades

Siempre me gustó viajar y siempre que pude priviligiar un viaje sobre cualquier otra cosa lo hice. De cada lugar que fui me quedaron algunas notas, observaciones, pensamientos y pavadas anotadas en libretitas. Siempre soñé con hacer un libro de eso y llamarlo - perezosamente- "Ciudades". Acá van las sensaciones que me regaló Río de janeiro en un año nuevo ya vencido.
Río de Janeiro
No, no me río de Río de Janeiro ni de sus morros cubiertos por casas de ladrillo y con ropa secándose al sol. Soy turista y no me dejo sorprender por ese Cristo inmenso que tiene sus brazos abiertos hacia la miseria. No, no me dejo llevar por el falso resplandor de Ipanema, ni por las falsas promesas de un paraíso liberado hacia la mixtura humana. No, no me dejo engañar por la música y el ritmo que movilizan los cuerpos en danzas sensuales mientras en el silencio y el espesor de los matorrales se acribillan pobres para evitar el miedo ajeno, el miedo de los turistas que, como yo, venimos a buscar la alegría; esa alegría que nos han dicho que es Brasilera. Y la gente te saluda con ese "trancuilo" tan emblemático, ese "trancuilo que no es una frase sino que es una filosofía hecha formula y saludo. No, no sé por qué pero a mí los muertos me importan, los muertos en la cárcel, en las guerras mandadas por el verdadero poder, el poder de la hierba que se fuma para la paz de la mente de unos y para la sangre derramada de otros. Mierda, Brasil es una verdadero Aleph donde el horror y el amor, el espíritu y la fragilidad del cuerpo se mezclan en las guitarras cuando suenan, en las ametralladoras que cantan. No, no me río de Río de Janeiro, no tengo la felicidad tan fácil ni tan inocente. Sí me admiro de esa personalidad llena de tranquilidad; pero algo siniestro me hace pensar en ella como en una personalidad construida por años de miseria y de dolor. Un tranquilo que es resignación y ganas de vivir a pesar de todo. No, no me río de los miles de turistas que tiran sus dólares sobre las vidrieras de Río mientras Joao patea de playa en playa con su bolsa para reciclar latas, esas latas que no ha bebido él, o mientras Carlinio va de playa en playa arrastrando un carro de helados que tiene las ruedas torcidas y pesa como un demonio. La ciudades son un horror, de eso me convenzo más y más. Y sin embargo, Río de Janeiro sí se ríe de mí, de mi propia vanidad y de mi ceño fruncido, Río me muestra sus dientes blancos cuando explota su carcajada y se burla de mí, de vos y de sí misma porque ella está embebida de tranquilidad y de la prepotencia que da el tener la vista cansada de horror. Río turístico se ríe de Río real y Río real se ríe de río turístico y yo en el medio me desvelo por entender esa risa que intento improvisar y que se me atraganta en la boca como un alfajor de maicena o un pao de queijo. No, no me río de Río ni de sus favelas que son ciudades manejadas por nuevos y mínimos tiranos de la coca y el vicio. La mierda, no, no me río de Río y sin embargo, me quedo con la boca llena de asombro ante ese mundo inmenso, mágico y lleno de siniestras y alegres contradicciones.

1 comentario:

Joaquin dijo...

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