miércoles, 6 de febrero de 2008

Café de la amistad

Mientras preparo la continuación de La novela de los lunes y del Policial de los viernes, les comparto un texto que escribí para mi abuelo. Hace tiempo que el estaba escribiendo un artículo sobre el café de la amistad ya que dicho café pertenecía a un antecedente suyo. Su texto era duro, formal y contenía una cantidad de información que desbordaba y mareaba al posible lector. Amablemente, me pidió si no quería ayudarlo llevando el texto a otro registro. Lo que sigue es mi versión (que a él no le gusto). En verdad, ahora que lo leo, es mi versión de mi abuelo del por qué de su obsesión por ese café...
EL CAFE DE LA AMISTAD
Hay algo qué debés saber. Bah, no es un deber, en verdad es algo que me gustaría que sepas, que para mi es importante que sepas.
A veces imagino las venas como canales por los que corre el temple de una familia en la herencia misteriosa de la sangre. A pesar de los diferentes caracteres particulares siento que hay un algo, al que no sé cómo llamar, que nos abarca a todos. Como si cada árbol genealógico diera un fruto único cuyo sabor está escondido en el fondo de cada integrante. En nuestra familia, querido mío, ese sabor tiene la amargura del café y su aroma es el de la amistad. En nuestra sangre corre como un velero un sentimiento al que no podemos traicionar y que rige, secretamente, todas nuestras decisiones. Ese sentimiento es el de la amistad y bajo su peso fue bautizada nuestra familia en estas tierras.
La historia nos remite a 1840. No sé si era de noche o de día cuando Don Miguel Dirube bajaba en el puerto de Buenos Aires con Dominique Soudre, su mujer, y sus seis hijos. Eran oriundos de la provincia vasca de Labourd, en los Bajos Pirineos. Buscaban dónde instalarse y sus pasos se dirigieron hacia lo que alguna vez fue el paseo “La Alameda”.
“La Alamada” fue el primer paseo de la Ciudad, sueño original del Gobernador D. Pedro A. de Cevallos que quiso, en 1757, dotar a Buenos Aires de un paseo ribereño. Su ejecución definitiva fue determinada por el Virrey Vértiz, pero recién pudo concretarlo el Virrey Sobremonte en 1804. Aquel Virrey del que tanto te hablaron en las clases de historia. Aquel Virrey que se fugó con el oro de los ingleses. Pero esa es otra historia, otra familia y el peso de otra sangre.
El paseo se extendía a lo largo de dos cuadras y era iluminado por 20 faroles. No, no estaba adornado con álamos. Los árboles que decoraban su extensión eran sauces y ombúes pero se le dio el nombre de Alameda ya que así se los llamaba a los paseos arbolados, aunque no fueran específicamente de álamos.
Alcide D´Orbigny fue un famoso naturalista francés que visitó el país en 1826. Así se refirió a este paseo: “Si...al acercarse la noche, descendemos en dirección al Plata, veremos, si hace buen tiempo, a muchos caballeros y señoritas pasearse por el medio de la alameda del Bajo. Las extranjeras son las que allí abundan...francesas, inglesas y alemanas, que prefieren tomar el fresco...cuando se mezclan, los días de fiesta, a las señoras del país, a pesar de los prejuicios nacionales, las porteñas llevan la palma por la elegancia de su porte, el vestido, el aliño y, aún más , por la delicadeza de sus facciones..” “Al pasearse por la Alameda, uno tiene frente...una playa de arena de más de media legua”. “Cuando llega el atardecer, esa playa se cubre de familias de todas las clases que van a bañarse al río...”. “Tales son, para muchas personas, las diversiones de los atardeceres estivales...”
La Alameda era el paso obligado de los jinetes que se dirigían al Retiro o al bajo de la Recoleta..y durante la época de Rosas las “familias de predicamento” realizaban su caminata por este paseo, sobre todo los días domingo.
Podríamos pensar que Miguel también tenía ese ímpetu que todavía tienen los hombres de nuestra familia y vio en ese bullicio y en ese movimiento de personas las posibilidades para obtener algún empleo. De tanto andar, de tanto preguntar, Miguel se encontró con el británico John Clark quién le subalquiló la casa de un tal John Mitchell. Lo gracioso del caso, por lo menos en este relato, es que esta relación está atravesada por la sangre ya que John Mitchell era un carnicero escocés que había desembarcado en Buenos Aires en 1825. Había hecho una regular fortuna con la que adquirió esa casa donde instaló su carnicería en 1827. Poco después retornó a Escocia donde falleció en 1845. Miguel era carnicero también.
Podríamos pensar que Clark y él, al principio, se contactaron pensando en continuar el negocio de la carne pero un giro poético del destino o una decisión que ahora nos es lejana transformó el lugar; ya no venderían carne sino que auspiciarían el verbo. Su negocio se establecería en fortalecer y dar marco a un sentimiento.
Allí, en esa propiedad ubicada sobre el paseo de La Alameda N° 19, entre las calles Piedad ( hoy Bme.Mitre) y Cangallo, Miguel debió realizar diversas reformas para transformar, en 1842, la carnicería en el “Café de la Amistad”, café que llegó a ser uno de los más prestigiosos de su época.
Alguna vez leí en el libro “Tradiciones Argentinas” de Pastor Obligado lo siguiente: ” El afamado establecimiento abría su única estrecha puerta todos los días del año, de siete de la mañana a diez de la noche, y desde el subsiguiente al año negro (1840), hasta el ennegrecimiento de su frente, ocasionado por chamusquina de la estación del frente...”. De estás palabras podemos pensar que el Café fue testigo del progreso de la ciudad y de la transformación que el paseo fue sufriendo.
“La Alameda” tenía el gran inconveniente de inundarse en los días de sudestada. Para resolver este problema se decidió la construcción de un muro bien importante, que se inauguró en Enero de 1847.
El 30 de octubre de 1848 pasó a llamarse “Paseo de Julio”.
En 1849 dio lugar al establecimiento del primer servicio de transporte urbano de pasajeros desde el “centro” hasta San Benito de Palermo.
En 1855 se concretó la construcción de un muelle de pasajeros, de 210 metros de largo, en la bajada de La Merced, frente a la Capitanía del Puerto, a unos 100 metros del Café de la Amistad.
También ese año se construyó el muelle de la nueva Aduana y en 1857 se empedró el Paseo de Julio con piedras traídas de la Isla Martín García.
En 1862 se instalan los rieles y se pone en marcha el servicio de tranvías tirados por caballos, para llevar pasajeros desde el “centro” hasta la estación del Ferrocarril del Norte, que corría hasta la estación Belgrano.
En este entorno desarrolló su actividad el “Café de la Amistad”, durante casi medio siglo.
En algún momento, y ojala te ocurra, cuando llegues a mi edad y te sientas parte de la historia buscarás hacia atrás lo que ahora crees encontrar adelante. Por eso te hablo de todo esto. Por eso descubro ahora que el pasado puede ser, también, el futuro y que en sus claves podría haber encontrado cosas mías sin necesidad de vivirlas. Ya sé, ya sé, vos ahora pensás que todo es experiencia pero con el tiempo verás que la experiencia es un falso nombre y que bajo su rótulo no hay más que actos que lo único que hacen es confirmar lo que ya intuíamos.
No sé que busco, querido mío, en este andar por la memoria, en este intento de romper con la lógica del tiempo, en esta pararme frente al “Café de la amistad” y recorrerlo.
El local tiene dos puertas. La puerta de la izquierda nos conduce al Café de la Amistad y la otra a la casa familiar.
Podemos leer, entre los dos balcones del 1er.piso, el cartel que anuncia:
CAFÉ DE LA AMISTAD
Podemos caminar entre las mesas, pasar junto con los hijos de Miguel de la casa al café sin notar la línea que separa la intimidad de la práctica social. Así al menos me gusta imaginarlo. Un hogar que es café, un café que es hogar.
Pero el progreso siguió. Verás, nietito mí, que esa es una de las grandes tragedias del hombre. Yo he vivido los primeros automóviles. Los aviones. La televisión a color. La computación. Internet. Y verás que duro es saber que el mundo seguirá modificándose sin que uno pueda saber hacia dónde va, qué nuevas tecnologías y comodidades se le abrirán al hombre, cómo se modificará sus costumbres, sus códigos, sus relaciones, sus valores. Nos quedaremos en algún punto de este andar con la duda de si más adelante hallaran los modos de la felicidad.
El Café de la amistad es el símbolo de otra época, querido mío, el café de la amistad encierra un tiempo dónde la palabra y los sentimientos eran todo. No cómo ahora que los cafés son los telecentros atestados de monólogos que algunos tipean en sus computadoras. No me quejo. Cada cual añora el mundo que vio al nacer. Por eso quizás vuelvo hacia atrás, buscando las claves para entender mis conductas y mis valores, esas que el mundo formó cuando era distinto y los hombres eran amigos y se juntaban a tomar café detrás de una mesa.
Y el progreso siguió ya que el “Café de la Amistad” duró desde 1842 hasta 1889.
En Diciembre de 1872, cambió nuevamente la fisonomía del paseo como consecuencia de la inauguración de la Estación Central, estación desde la cual salían los trenes del Ferrocarril del Norte que llegaban hasta San Fernando y los trenes que se dirigían al sur hasta Ensenada. Su edificio principal y central se erigía en el eje de la calle Piedad.
La fachada de todas las casas del Paseo de Julio cambiaron radicalmente. Fue el resultado de la aplicación de una ordenanza, de 1868, por la cual se disponía construir un frente uniforme de arquerías en el Paseo de Julio. La vieja casa debía ser demolida y, en su lugar, debía construirse una nueva casa que cumpliera con los nuevos requisitos municipales y, por otro lado, aprovechara los beneficios otorgados. Por esto, el 6 de Mayo de 1876 se firma un nuevo contrato entre el Consejo Directivo de la Escuela Presbítera Escocesa, por una parte y Don Ramón Dirube por la otra.
Ramón que seguía regentando el café de su padre cumplió con gran parte del contrato pero en Julio de 1886 se lo transfirió su hijo Dn. Ramón Ricardo Dirube que, a su vez, lo transfirió a Tomás Gómez y a Andrés Cousillas a partir del 15 de Febrero de 1889. Pero por esta época comenzaba un período difícil, frente a la competencia de otros emprendimientos más modernos, a la fuerte descapitalización que significó la construcción de la nueva casa, el lucro cesante de dicho período, y los primeros síntomas de la crisis del año 1990.
El predio por esa época se destinó a otras actividades.
Ya sé. Vos querés que te explique lo que busco en todo esto. Para eso, mi nietito, tengo que contarte de Pastor Obligado porque en sus escritos hallamos el café por dentro. Es él quién va a responder por mí.
Pastor Obligado nació en 1841, prácticamente al mismo tiempo que el café de marras. Vivió de cerca lo que pasaba allí. Posiblemente la mayoría de los concurrentes que menciona han sido conocidos por él.
Nos cuenta Don Pastor: “El afamado establecimiento abría su única estrecha puerta todos los días del año, de siete de la mañana a diez de la noche”...”fue el de mayor concurrencia en las primeras horas matinales y en las últimas de la tarde. En parte alguna servíase mejor café con leche, ni tostada más tostada. ¿Qué estudiante no hizo rata por un par de ellas? (¿Habrá sido Pastor uno de ellos?) ¿A qué marino no se le iban los ojos y el olfato tras el humo de esa gran taza tan gruesa como antigua jícara de aromado soconusco?”....”al calor del café y la amistad compenetrábanse muchas almas buenas. Concurrentes conocimos que desde su primera rabona, por cincuenta años consecutivos infaltables fueron a la mesa de dominó...”
“En las horas matinales, su primera concurrencia era de marinos.”...”yendo o viniendo de abordo, entre dos sorbos del fragante moka y mucho humo, conversaron y discutieron...” y menciona muchos conocidos marinos, insinuando las aventuras y episodios marineros que se habrán podido contar en esas charlas de café. Despierta mi curiosidad sobre ellos, pero satisfacerla implicaría una investigación que escapa a los objetivos de esto que quiero narrarte.
Más adelante nos cuenta Obligado que en las horas de mediodía, la concurrencia raleaba un poco, pero luego, ya antes de caer la tarde, venían cayendo los infaltables, comentando las nuevas del día.
Los concurrentes que se mencionan son de todas las épocas del Café. De la época de Rosas , de los Presidentes Derqui, Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Roca., pero no podemos dejar de destacar: “...la mesa jefe, donde pontificó por muchos años, al caer la tarde, dominando su vozarrón todas las voces, fue la de don Emeterio de la Llave, infatigable lector de “El Nacional”...”Todos callaban, agrupándose los que esperaban, y entrando los retardados, mientras que, limpiando sus gafas con inmenso pañuelo a cuadros, sorbía su riquísimo café...” “...siguiendo impertérrito, con su voz aguda y chillona, desde el artículo de fondo hasta el último hecho local, inalterable y sin pausa, sin tomar aliento, aunque sin alientos dejaban los comentarios de alrededor...” “Así continuó por muchos años este cónclave inofensivo de comentarios del día...”
También el Dr. Ángel Gallardo, aunque mucho más joven que Obligado, pues nació a fines de 1867, recuerda en sus “Memorias”: “Una de las mayores diversiones de mi niñez era salir con papá después de comer...” “Bajábamos por la calle Tucumán hasta el río y seguíamos por el Paseo de Julio, que tenía una baranda que daba directamente a las toscas del río donde lavaban las lavanderas. Una fila de casuarinas silbaba con un aire marino al paso de la virazón de la tarde. Algunas veces íbamos hasta la punta del Muelle de los Pasajeros, construcción de madera que prolongaba la calle Cangallo, río adentro. De tarde en tarde dábamos también una vuelta en bote por el estuario. Luego tomábamos café en el Café de la Amistad, en el Paseo de Julio entre Cangallo y Piedad.”
Pero lo que quiero que retengas, nietito mío, es esta frase de Obligado: “Cincuenta años después, en la gran metrópolis, de un millón de habitantes, en cada esquina han brotado dos cafés, pero no otro más agradable, tan abrigadito, lleno de dulces recuerdos y amistades duraderas como el modesto y confortable Café de la Amistad, en el Paseo de Julio”.
Esa es la herencia que nos dejó Miguel, querido mío, en nuestra sangre corren voces que se agitan desde tiempos inmemorables y nos recuerdan el sabor de un café entre amigos. Si hay algo a lo que serás fiel, mi hijo, es a tus amistades porque así es como fuimos bendecidos en esta tierra.
Y cada vez que recorro las galerías de la memoria, me encuentro las caras que me han hecho feliz y siento que el sentimiento más noble es ese, el que heredé en mi sangre.

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