martes, 2 de octubre de 2007

Sociedad Anónima

Las siguientes vidas apócrifas fueron escritas para la escultura Florencia Molli. La muestra consistía en 10 máscaras colgadas sobre fibro fácil que a su vez era sostenida por dos grandes manos y una enorme cabeza. La muestra se llamó "Sociedad Anónima" y los siguientes textos acompañaban las máscaras.
(la foto es sólo ilustrativa, no es la real)

Edgardo Martínez
(1940 - )
Eximio mitómano.
No sabemos nada de su vida o sabemos demasiado, que es casi lo mismo. No puede decidirse si ha muerto, si se ha exiliado o si sigue viviendo en la misma casa de siempre. Incluso se duda sobre su cara, su origen y hay quién duda hasta de su existencia tal la facilidad que tenía para transfigurar lo real y lo ilusorio.

Ricardo Galli
(1923 – 2006)
Dentista recibido en la universidad de la Plata. Excelente profesional. Sufría de pesadillas constantes. La más reiterativa: darse cuenta de que estába desnudo mientras atendía a un paciente. A pesar de tener un pulso excelente, cada vez que hacía una extracción sentía angustia y ganas de viajar.

Gervasio Pérez
(1960- )
Importante bebedor de la zona de San Telmo. Se lo conoce por su andar vacilante y por su gran inventiva para los piropos. Se dice que nadie silba la “cumparsita” mejor que él. No falta quién dice que la silba en dos o tres voces pues siempre abundan los exagerados.

Lorenzo Ferreira
(1955 - )
Atiende un kiosco de diarios en Capital Federal. Se enorgullece de ser el único puestero en no saber de calles ni de combinación de colectivos. Su color preferido es el lila. Le hubiera gustado llamarse Rafael y cantar folklore. De noche escucha radio y practica modelismo. Su figura preferida: un dragón pequeño que no se anima a pintar.

Jorge Spíndola
(1940-1996)
Jardínero y piletero. Debido a un problema en sus ojos le llamaban el vizcacha o el biscocho o bien, ya con maldad, Gregorio. Restaba importancia al hecho de ser bizco y solía decir que había que tener cuidado con él, ya que veía todo desde dos puntos de vista simultáneos. Interiormente estaba convencido de que tenía poderes mágicos y que si se concentraba mucho podía convencer a cualquiera de cualquier cosa, sólo con su mirada.

Rafael Frías
(1968 - )
Comisario. De noche gusta vestirse de mujer e ir de levante a boliches especializados. Será por su entrenamiento policial que siempre da en el blanco con los hombres razón por la cual nunca duerme solo. Sin embargo, se avergüenza de su vida diurna y como es sincero siempre contesta a sus amantes, cuando le preguntan, que trabaja de comisario a bordo. Al fin y al cabo, se dice, no miento sólo estilizo.

Javier Saavedra
(1937-77)
Filosofo. Autor de la célebre frase: “la traba del sujeto no es tanto la abstracción de las ideas sino el maldito argumento de la realidad.” Gustaba de probar quesos y coleccionaba los muñecos de los chocolatines jack. Dicen por ahí que su colección es la más completa del país. Como Borges, murió en ginebra; había bebido como siete botellas. Dos meses después de su muerte, apareció un graffiti en la estación del tren que se le atribuye a su espíritu. El mismo reza: “tenía razón, la muerte no es el fin”.

Ezequiel Sarapura
(1955 – 2003)
Cantante de Opera. Exquisito tenor que fue pasión de mujeres y hombres. Su voz llena de matices y de lirismo se acentuaba gracias a su expresiva cara. Lamentablemente, su vida artística se detuvo de pronto y su nombre fue olvidado para siempre. Nunca se le perdonó aquel accidente ocurrido en el Teatro Solís de Montevideo cuando interpretando el rol de Manrico, en Il Trovatore, se le escapó una escandalosa serie de flatulencias que sonaron como metralleta.

José Rubio
(1920 – 2004)
Secretario. Es recordado porque sus transcripciones siempre fueron hechas bajo el influjo de alguna obra para piano. Todos recuerdan que el discurso que el jefe le dictó en diciembre del 2000 fue escrito al ritmo del concierto para piano no. 2 en si bemol mayor, op. 83, de Johannes Brahms. Los días que estaba triste, tecleaba en su máquina “Siglo XX Cambalache” y uno podía leer los remitos y sentir en la tinta una melancolía atávica. Al menos, eso cuenta, Gladis, la recepcionista.

Sergio Marimario
(1940- 1999)
Boxeador. Nacido y criado en San Telmo gustaba de encamarse con varias mujeres a la vez. Era un amante insaciable, lo que le causó la enemistad de todos sus vecinos quienes, a pesar de sentir odio y envidia, lo saludaban con una sonrisa cuando pasaba frente a ellos. Era enorme, varonil y muy hábil con sus puños. Dicen que nunca peleo por un título debido a su pereza para el entrenamiento y su obsesión enfermiza por el sexo de las mujeres. Murió en una rencilla callejera contra una patota. No falta quién asegura que fue linchado por sus vecinos cansados de saberlo con sus mujeres.

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