lunes, 8 de julio de 2013

Pensamiento

El amigo de un amigo mío tiene el raro don de atraer personajes insólitos. Creo que es culpa suya, disimula muy mal su espíritu curioso. Una vez lo vi, a través del espejo de un colectivo, como miraba a un hombre que llevaba una fea cicatriz en la frente y juro que sus miradas insistentes parecían una invitación. 
Lo llamativo del caso, es que al verse abordado por alguno de estos sujetos sufre como un desgraciado. La idea de que personas ajenas a su vida lo escuchen hablar le da pánico. Son innumerables las veces que, en un tren o en un colectivo, se hizo el dormido para no tener que verse obligado a interactuar con un conocido al que descubría de pronto en la misma formación. Y nunca los esquivó por falta de simpatía, sino, justamente, por el pudor que le causa hablar de su vida o la del otro rodeado de extraños.
Los viajes en transporte público son su momento de lectura preferido. Digamos que le gusta viajar mientras viaja.
De sus anécdotas, hay dos que recuerdo muy bien porque tienen que ver con la forma en que reaccionan los borrachos frente al libro.
La primera ocurrió un sábado a la tarde. El borracho era de la clase depresiva – obsesiva. Cuando lo vió leer le pidió que le leyera un fragmento del libro. Necesitaba mejorar su vida. Necesitaba una palabra que le dijera hacia dónde ir.
En la segunda, el borracho era de la clase albañil, es decir, borracho alegre y charlatán que se pasó de rosca en la obra. Cuando lo vió con el libro le preguntó si había aprendido mucho.
El amigo de mi amigo se río y le murmuró algo, el tipo le leyó el título: Los enamoramientos de Javier Marías. Y simplemente, riendo, le dijo: ¿Y? ¿Le gustó la paloma o no?
Después, como si el enamoramiento fuera sólo la parte animal de la cosa, la charla se fue para el lado de un boliche en Grand bourg dónde pasaba algo con la leche y una mina. No le entendió nada. A las palabras guaraníes y la pronunciación alcohólica de las palabras se le sumó la vergüenza duplicada que sintió el amigo de mi amigo al notar el giro de la conversación.
Cuando veo a alguien leer, nunca pienso que se está educando y mucho menos que está buscando la Verdad, como si cada libro fuera el heredero indiscutido de La Biblia y los libros sagrados.
La lectura es, para mí, apenas una conversación. Una conversación, por demás, imposible. Porque el que escribe tiene el inusual privilegio de no ser interrumpido y el que lee, la paciencia, infrecuente en la vida real, de esperar a que el otro termine antes de aceptar, refutar, o, simplemente, olvidar ese volátil y frágil mundo que le han prestado por un rato.

1 comentario:

Buscando el camino de vuelta a casa dijo...

Un amigo de un amigo me contó algo parecido el otro dia.